domingo, 31 de enero de 2010

Domingo de Septuágesima.

(II clase, morado). Sin Gloria, pero si Credo. Se saltan los domingos IV al VI de Epifanía y se comienza con la Septuagésima.
*
Rúbricas.
*
Se suprimen el Aleluya hasta la misa de la noche de Pascua y en su lugar se recita o canta el Tracto.
No se dice Gloria, pero si Credo.
Se sigue diciendo Prefacio de la Trinidad.
*
"Miseria del hombre encadenado con cadenas de muerte y que, en su angustia, implora la salvación.
Se acabó el paraíso terrenal, viña bendita del Señor; espada de fuego nos impide tu entrada desde el primer pecado y la seducción de la serpiente maldita. Tiempo es éste de trabajo y sufrimiento de penitencia y plegarias. ¡Ah Señor!, no dejes de darnos en el cielo un paraíso más hermoso."
*
*
Reflexión
*
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
“Sic erunt novíssimi primi, et primi novíssimi. Multi enim sunt vocáti, pauci vero elécti” (“Así que los últimos serán los primeros, y los primeros postreros. Porque muchos son los llamados, y pocos los escogidos”).
En la vida de las personas se dan momentos particulares en los que Dios concede especiales gracias para encontrarle. (…). En los textos de la Misa de este domingo, la Iglesia nos recuerda el misterio de la sabiduría de Dios… En el Evangelio, el Señor quiere que consideremos cómo esos planes redentores están íntimamente relacionados con el trabajo en su viña, cualesquiera que sean la edad o las circunstancias en que Dios se ha acercado y nos ha llamado para que le sigamos. El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Ajustó con ellos el jornal de un denario y los envió a trabajar. Pero hacían falta brazos, y el amo salió en otras ocasiones, desde la primera hora de la mañana hasta el atardecer, a buscar más jornaleros. Al final, todos recibieron la misma paga: un denario. Entonces los que habían trabajado más tiempo protestaron al ver que los últimos llamados recibían la misma paga que ellos. Pero el propietario les respondió: ¿No nos ajustamos en un denario?... Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con mis asuntos?
No quiere el Señor darnos aquí una enseñanza de moral salarial o profesional. Nos dice que en el mundo de la gracia todo, incluso lo que parece que se nos debe como justicia por las obras buenas realizadas, es un puro don. El que fue llamado al alba, en los comienzos de su vida, a seguir más de cerca de Cristo, no puede presumir de tener mayores derechos que el que lo ha sido en la edad madura, o quizá a última hora de su vida, en el crepúsculo. Y estos últimos no deben desalentarse pensando que quizá es demasiado tarde. Para todos el jornal se debe a la misericordia divina, y es siempre inmenso y desproporcionado por lo que aquí hayamos trabajado para el Señor. La grandeza de sus planes está siempre por encima de nuestros juicios humanos, de no mucho alcance.
El Señor quiere darnos una enseñanza fundamental: para todos los hombres hay una llamada de parte de Dios. Unos reciben la invitación de Cristo en el amanecer de su vida, en una edad muy temprana, y recae sobre ellos una particular predilección divina por haber sido llamados tan pronto. Otros, cuando ya han recorrido una buena parte del camino. Y todos en circunstancias bien distintas: las que presenta el mundo en que vivimos. El denario que todos reciben al terminar el día es la gloria eterna, la participación en la misma vida de Dios, en una felicidad sin término al concluir la jornada de la vida, y la incomparable alegría, ya aquí, de trabajar para el Maestro, de gastar la vida por Cristo.
Trabajar en la viña del Señor, en cualquier edad en que nos encontremos, es colaborar con Cristo en la Redención del mundo: difundiendo su doctrina, con ocasión o sin ella; facilitando a otros el sacramento de la Confesión, quizá enseñándoles el modo de hacer el examen de conciencia, exponiendo los grandes bienes que se derivan de este sacramento; llamando a otros a que sigan a Cristo más de cerca a través de una vida de oración; participando en algunas catequesis o labor de formación (…)
Quien se siente llamado a trabajar en la viña del Señor debe, de muy diversos modos, “participar en el designio divino de la salvación. Debe marchar hacia la salvación y ayudar a los demás a fin de que se salven. Ayudando a los demás se salva a sí mismo”.
No sería posible seguir a Cristo, si a la vez no transmitimos la alegre nueva de de su llamada a todos los hombres, “pues el que en esta vida procura sólo su propio interés no ha entrado en la viña del Señor”. Trabajan para Cristo quienes “se desvelan por ganar almas y se dan prisa por llevar otras a la viña”; prisa, porque el tiempo de la vida es escaso.
El Señor sale a contratar obreros para su viña a horas muy diversas y en situaciones distintas. Cualquier hora, cualquier momento es bueno para el apostolado, para llevar obreros a la viña del Señor, para que sean útiles y den frutos.
Pidamos ayuda a San José para que nos enseñe a gastar la vida en el servicio a Jesús, mientras realizamos con alegría nuestro quehacer en el mundo.
Nosotros, llamados a la viña del Señor a distintas horas, sólo tenemos motivos de agradecimiento. La llamada, en sí misma, ya es un honor. “Ninguno hay –afirma San Bernardo-, a poco que reflexione, que no halle en sí mismo poderosos motivos que le obliguen a mostrarse agradecido a Dios. Y nosotros especialmente, porque nos escogió para sí y nos guardó para servirle a El solo”.
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

viernes, 29 de enero de 2010

San Francisco de Sales, Obispo, Confesor y Doctor.

Enseñaba San Francisco que “hay que sentir indignación contra el mal y estar resuelto a no transigir con él; sin embargo, hay que convivir dulcemente con el prójimo”. El Santo hubo de llevar muchas veces a la práctica este espíritu de comprensión con las personas que estaban en el error y de firmeza ante el error mismo, pues una buena parte de su vida estuvo dedicada a procurar que muchos calvinistas volvieran al catolicismo. Y esto en unos momentos en que las heridas de la separación eran particularmente profundas. Cuando, por indicación del Papa, fue a visitar a un famoso pensador calvinista ya octogenario, el Santo comenzó el coloquio con amabilidad y cordialidad, preguntando: “¿Se puede uno salvar en la Iglesia Católica?”. Después de un tiempo de reflexión, el calvinista respondió afirmativamente. Aquello abrió una puerta que parecía definitivamente cerrada.
La comprensión, virtud fundamental de la convivencia y del apostolado, nos inclina a vivir amablemente abiertos a los demás; a mirarlos con una mirada de simpatía que nos lleva a aceptar con optimismo la trama de virtudes y defectos que existen en la vida de todo hombre y de toda mujer. Es una mirada que alcanza las profundidades del corazón y sabe encontrar la parte de bondad que existe siempre en él. De la comprensión nace una comunidad de sentimientos y de vida. Por el contrario, de los juicios negativos, frecuentemente precipitados e injustos, se origina siempre la distancia y la separación.
El Señor, que conoce las raíces más profundas del actuar humano, comprende y perdona. Cuando se comprende a los demás es posible ayudarlos. La samaritana, el buen ladrón, la mujer adúltera, Pedro que reniega, Tomás Apóstol que no cree…, y tantos otros en aquellos tres años de vida pública y a lo largo de los siglos se sintieron comprendidos por el Señor y dejaron que la gracia de Dios le penetrara el alma. Una persona comprendida abre su corazón y se deja ayudar.
Casi al final de su vida, San Francisco escribía al Papa acerca de la misión que se le había encomendado: “Cuando llegamos a esta región, apenas si se podía encontrar un centenar de católicos. Hoy, apenas quedan un centenar de herejes”. Nosotros le pedimos, en su festividad, que nos enseñe a vivir ese entramado de las virtudes de la convivencia, que sepamos ejercitarlas diariamente en las situaciones más comunes, y que sean una firme ayuda para el apostolado que, con la gracia de Dios, debemos llevar a cabo.
De: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios, Tomo VI, Madrid, Ediciones Palabra, 1992.

jueves, 28 de enero de 2010

San Pedro Nolasco, confesor.

Es lo cierto que la casi totalidad de los hagiógrafos de Pedro Nolasco resaltan su función de redentor manifestando su analogía con Cristo Redentor. Si Cristo redimió a los hombres de las ataduras del pecado y de la esclavitud del mal, Pedro Nolasco liberó millares de hombres, mujeres y niños de las cadenas y cautividad de los musulmanes que les ponían en un peligro próximo de renegar de sus creencias.
No obstante, esta primera redención de cautivos y una segunda de trescientos veinte, que también hizo en Valencia y que le obligó a vender la cama donde dormía, fueron su perdición. Si algo atormentaba a un santo es la llamada “persecución o escándalo de los buenos”. En el caso de Pedro Nolasco, los buenos le acusaron de aquello que podía hacerle más daño: de herejía. Su vida ascética, su pobreza absoluta se interpretaron como manifestaciones de catarismo, concretamente de la secta herética de los “pobres de Lyon”. La acusación se extendió como la pólvora y llegó al propio rey. Muy mal lo hubiera pasado Pedro de no haber intervenido con su enorme prestigio San Raimundo de Peñafort, que, siendo quizá el mejor canonista de su tiempo, desbarató el fundamento de las acusaciones.
Tras esta prueba, quizá la más dolorosa de su vida, Pedro vio confirmada su vocación de manera sobrenatural. He aquí cómo la cuenta Godescart: “…hasta que llegó el primer día del mes de agosto (de 1218) en que se celebraban las Cadenas de San Pedro, y cumplía años San Pedro Nolasco; y estando aquella noche el santo en fervorosa oración, pidiendo a Dios que librase a los cautivos de las cadenas de los moros, como había librado a su apóstol de las de Herodes, vio de repente a la reina de los Ángeles que, como dice San Efrén, es la verdadera redentora de cautivos, con grande majestad y gloria, vestida de un hábito blanco, acompañada de San Pedro y Santiago, patrón de España, y los santos patrones de Barcelona, y le declaró cómo era la voluntad de su Hijo y la suya que se fundase una religión (Orden religiosa) en su nombre para redimir cautivos, con obligación de quedarse en prisiones si fuese necesario, para que quedasen libres los que estuvieren en peligro de faltar a la fe”. (…) “Y sin ninguna dilación se fundó en la iglesia catedral de Barcelona la Sagrada Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced a 10 de agosto del año de 1218”.
A partir de aquí, la historia de la vida de Pedro Nolasco se confunde con la de la Orden de la Merced. Sus viajes, prisiones, torturas y cautiverios fueron ejemplos para los que tomaron el hábito de la nueva Orden.
El cardenal san Ramón le predijo un año antes de morir el día y la hora en que fallecería. Y en efecto, “a las 12 de la noche de la vigilia de Navidad, del año de nuestra salud de 1249”, entregó su alma a Dios.
La misma noche de su muerte, Pedro Nolasco fue ya venerado como santo y así reconoció ese culto el Papa Urbano VIII. “Zurbarán le pintó más de una vez, como santo, para el convento de mercedarios de Sevilla con el hábito blanco y el escudo de la corona de Aragón sobre el pecho. Su atributo son las cadenas rotas” (Carlos Pujol).
De: Francisco Ansón: Santos del siglo XIII y su época. Madrid. Ediciones Palabra. 2001l.

The Beauty of Tradition

miércoles, 27 de enero de 2010

Las catequesis bautismales de San Juan Crisóstomo (II).

La hora nona del Viernes Santo, que recuerda el trágico momento de la muerte de Cristo en la Cruz es el momento culminante de la liturgia bautismal.
San Juan Crisóstomo que, con frecuencia y durante largo tiempo, ha insistido sobre la plena libertad del hombre en contraste con la inmutabilidad de la naturaleza, reclama toda la atención de los catecúmenos sobre la importancia de la elección que ellos debían realizar.
La fórmula litúrgica de la renuncia al demonio: “Renuncio a ti, Satanás, a tus seducciones, a tu servicio y a tus obras”, es un compromiso solemne que san Juan Crisóstomo asimila a la elección total y definitiva que se realiza en el matrimonio.
La liturgia bautismal, testimoniada por san Juan Crisóstomo, después de la renuncia a Satanás, hacía seguir la unción con el signo de la cruz sobre la frente del catecúmeno; después durante la celebración nocturna, seguían la unción de todo el cuerpo, la profesión de fe y la bajada a la piscina sagrada, para recibir el bautismo de las manos del obispo o del sacerdote, que extendían la mano sobre la cabeza del bautizado y la sumergía tres veces en el agua, pronunciando la fórmula sacramental:
“Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
San Juan Crisóstomo, después del bautismo, hace mención únicamente del beso de la paz, al cual seguía la participación de los nuevos bautizados en la liturgia eucarística.
En Antioquía se prolongaban durante siete días los festejos en honor de los nuevos bautizados, periodo de tiempo análogo a las fiestas en honor de los nuevos esposos, y cada día debían asistir a la reunión litúrgica destinada a ellos…
Así se nos presenta la concepción que san Juan Crisóstomo tiene del bautismo y, después de tantos siglos, su voz parece conservar todavía inalterada su frescura, inspirando un sentido profundo de serenidad y de confianza, de la cual también el hombre de hoy tiene necesidad para renovar con plena libertad, como los catecúmenos de otro tiempo, su adhesión a Cristo.
De: Juan Crisóstomo: Las catequesis bautismales. Madrid: Editorial Ciudad Nueva, 1995.

martes, 26 de enero de 2010

Las catequesis bautismales de San Juan Crisóstomo.

San Juan Crisóstomo, desde el comienzo de su actividad pastoral, reveló una clara y penetrante concepción del bautismo debida, ya sea a su experiencia personal, que con frecuencia subraya en las Catequesis, ya sea también a la tradición presente en la Iglesia de Antioquía.
Su estilo, sencillo y vivo, que, aun en la inmediata y constante relación con el auditorio, conserva siempre la impronta de la pura elocuencia ática, nos permite comprender sin dificultad su pensamiento.
El primer aspecto fundamental que san Juan Crisóstomo capta en el bautismo es el sentido del misterio que lo rodea y que la misma expresión “sacramento”, si se entiende en su acepción original, siempre refleja.
La terminología que indica la distinción entre fieles y catecúmenos, en la comunidad cristiana de la época, es reveladora al respecto: únicamente los fieles (pistoi) son los “iniciados” (memuemenoi), mientras los catecúmenos (kaéchoumenoi) son los “no iniciados” (amuetoi).
Y la separación entre los dos grupos que se realizaba al comienzo de la liturgia eucarística, en la cual sólo los fieles podían participar mientras que los catecúmenos eran invitados a salir, se justifica por aquella “disciplina del arcano”, profundamente enraizada en la Iglesia de Antioquía y que san Juan Crisóstomo refleja con frecuencia con la utilización de términos como “terrible”, “tremendo”, “inefable”, de los cuales desgraciadamente en los momentos actuales, se ha perdido su significado genuino.
El sentido del misterio, viene sugerido a san Juan Crisóstomo por la viva fe que tenía en la nueva realidad a la cual el catecúmeno es llamado a participar: la adhesión plena y definitiva a Cristo; y para expresarla se sirve con mucha frecuencia de la imagen humana y sugestiva del matrimonio.
La conocida cita de Efesios (5, 31-32), que constituye la base de la interpretación patrística del matrimonio, es reiterada y reelaborada originalmente por san Juan Crisóstomo con un realismo muy suyo, que es otra de las características típicas de su pensamiento.
Y este realismo es lo que le impide caer en lo genérico y abstracto, incluso en los momentos de más alta tensión y precisamente cuando uno se sentiría inducido a pensar que la teoría sobrepasa y anula la praxis en su apasionada elocuencia.
Pero a pesar de la exaltación del bautismo y de sus dones, y a pesar de sus cálidas y repetidas exhortaciones, él sabe muy bien que numerosos catecúmenos está esperando para solicitar el bautismo hasta el momento de la muerte y otro hecho, aún más descorazonador, es ¡que muchos cristianos apenas bautizados e introducidos en las reuniones litúrgicas, no dejan de asistir a las carreras de caballos y a los espectáculos del teatro!
El, sin embargo, no deja de exigir continuamente de los catecúmenos una seria preparación moral y doctrinal para merecer la recepción del bautismo y llegar a ser como “nuevos iluminados” (neophótistoi) que pueden comprender con la fe la luz resplandeciente de las nuevas verdades cristianas.
En esta visión se encuadran las diversas etapas que van marcando progresivamente la preparación de los catecúmenos: la elección de los fieles que les acogen como a hijos y que vienen a ser como “padres espirituales” para ellos (los futuros “padrinos”), garantes de la seriedad de su compromiso; los exorcistas a quienes son confiados, cubiertos únicamente con la túnica de penitentes, con los pies desnudos y las manos levantadas al cielo como los suplicantes o los prisioneros.
De: Juan Crisóstomo: Las catequesis bautismales. Madrid: Editorial Ciudad Nueva, 1995.

lunes, 25 de enero de 2010

Conversión de San Pablo, Apóstol.

Fiesta de 3ª clase, Blanco.
*
"La epístola toma de los Hechos de los Apóstoles el relato de la conversión del que siempre será para la Iglesia el apóstol por excelencia, y cuya maravillosa doctrina nos recuerda sin cesar. De enemigo encarnizado de Cristo y perseguidor de los cristianos, se convierte, camino de Damasco, en el apóstol que, por amor a Cristo, se lanzará a la conquista del mundo pagano. "Todas las naciones, dice San Ambrosio, sabrían por él que Jesús es el Hijo de Dios y el Salvador del mundo".
*
Reflexión
*
“Sé de quien me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día, en que vendrá como juez justo, el encargo que me dio”.
Pablo, gran defensor de la Ley de Moisés, consideraba a los cristianos como el mayor peligro para el judaísmo; por eso, dedicaba todas sus energías al exterminio de la naciente Iglesia. La primera vez que aparece en los Hechos de los Apóstoles, verdadera historia de la primitiva cristiandad, lo vemos presenciando el martirio de San Esteban, el protomártir cristiano. San Agustín hace notar la eficacia de la oración de Esteban sobre el joven perseguidor. Más tarde, Pablo se dirige hacia Damasco, con poderes para llevar detenidos a Jerusalén a quienes encontrara, hombres y mujeres, seguidores del Camino. El cristianismo se había extendido rápidamente, gracias a la acción fecunda del Espíritu Santo y al intenso proselitismo que ejercían los nuevos fieles, aun en las condiciones más adversas: los que se había dispersado iban de un lugar a otro anunciando la palabra del Evangelio.
Pablo iba camino de Damasco, respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor; pero Dios tenía otros planes para aquel hombre de gran corazón. Y estando ya cerca de la ciudad, hacia el mediodía, de repente le envolvió de resplandor una luz del cielo. Y cayendo en tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Respondió: ¿Quién eres tú, Señor? Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Y enseguida la pregunta fundamental de Saulo, que es ya fruto de su conversión, de su fe, y que marca el camino de la entrega: ¿Señor, qué quieres que haga? Pablo es ya otro hombre. En un momento lo ha visto todo claro, y la fe, la conversión, le lleva a la entrega, a la disponibilidad absoluta en las manos de Dios. ¿Qué tengo que hacer de ahora en adelante?, ¿qué es esperas de mí?
Muchas veces, quizá cuando más lejos estábamos, el Señor ha querido meterse de nuevo hondamente en nuestra vida y nos ha manifestado esos planes grandes y maravillosos que tiene sobre cada hombre, sobre cada mujer. “¡Dios sea bendito!, te decías después de acabar tu Confesión sacramental. Y pensabas: es como si volviera a nacer.
“Luego proseguiste con serenidad: “Domine, quid me vis facere?”- Señor, ¿qué quieres que haga?
“Y tú mismo te diste la respuesta: con tu gracia, por encima de todo y de todos, cumpliré tu Santísima Voluntad: “serviam”-¡te serviré sin condiciones”. También ahora se lo repetimos una vez más. ¡Tantas veces se lo hemos dicho ya, en tonos tan diversos! Serviam! Con tu ayuda, te serviré siempre, Señor.
(…)
Pablo centró su vida en el Señor. Por eso, a pesar de todo lo que padeció por Cristo, podrá decir al final de su vida, cuando se encuentra casi solo y un tanto abandonado: Abundo y sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones… La felicidad de Pablo, como la nuestra, no estuvo en la ausencia de dificultades sino en haber encontrado a Jesús y en haberlo servido con todo el corazón y todas las fuerzas.
De: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Tomo 6. Madrid: Ediciones Palabra. 1992.

domingo, 24 de enero de 2010

3º Domingo después de Epifanía.

(II clase, verde) Gloria y Credo. Prefacio de la Santísima Trinidad. (Se omite por este año la fiesta de la Conversión de San Pablo)
*
Acabo de curar al leproso, al que vemos camino del Templo, cuando señala ya al centurión, con la mano, el siervo a quien ha devuelto la salud. Poder de la fe que así fuera al amor al milagro.
*
*
La Biblia y la Liturgia de este día.
*
Sobre la curación del criado del centurión, véase un milagro semejante en el 20º domingo después de Pentecostés. Nótese en estos textos la insistencia sobre la fe.
Sobre la curación del leproso recurrir también a lo que se dice en el 13º domingo después de Pentecostés, cuyo evangelio subraya muy particularmente el papel de la fe en un milagro similar. Recordar también las señales del mesianismo de Cristo (Mateo 11, 2-6). Resultará interesante leer en 4 Reyes 5 la curación de Naamán, de la que habla Lucas (4, 16-30). Veáse, igualmente, en las instrucciones de Jesús a sus discípulos. Mateo 10, 8.
Sobre la legislación relativa a la lepra: Levítico 13, principalmente 49; 14, sobre todo 2-7.
Sobre la universalidad de la redención, veáse lo que se dijo en el domingo 2º de Adviento.

sábado, 23 de enero de 2010

¿Por qué conviene ir vestido de sacerdote?

Tomado del Blog del Padre Fortea "¿Por qué conviene ir vestido de sacerdote?".
*
" El hábito eclesiástico es un signo de consagración para uno mismo, nos recuerda lo que somos, recuerda al mundo la existencia de Dios, hace bien a los creyentes que se alegran de ver ministros sagrados en la calle, supone una mortificación en tiempo caluroso.
El sacerdote al mirarse en el espejo o en una foto, y verse revestido de un hábito eclesiástico piensa: tú eres de Dios.
Bajo la sotana, el sacerdote viste como el común de los hombres. Pero revestido con su traje talar, su naturaleza humana queda cubierta por la consagración.
El que viste su hábito eclesiástico es como si dijera: el lote de mi heredad es el Señor.
El color negro recuerda a todos que el que lo lleva ha muerto al mundo. Todas las vanidades del siglo han muerto para ese ser humano que ya sólo ha de vivir de Dios. El color blanco del alzacuellos simboliza la pureza del alma. Conociendo el simbolismo de estos dos colores es una cosa muy bella que todas las vestiduras del sacerdote, incluso las de debajo de la sotana, sean de esos dos colores: blanca camisa y alzacuellos, negro jersey, pantalones, calcetines y zapatos.
El hábito eclesiástico también es signo de pobreza que nos evita pensar en las modas del mundo. Es como si dijéramos al mundo: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.
La vestimenta propia del sacerdote es la sotana. Pero el clériman también es un signo adecuado de consagración, manifestando esa separación entre lo profano y lo sagrado. Aunque el hábito eclesiástico propio del presbítero sea por excelencia la túnica talar, el clériman es un hábitus ecclesiasticus y todo lo que aquí se dice a favor de la sotana, se puede aplicar al clériman. En caso de que estas hojas las lea un religioso, evidentemente, lo dicho aquí de la sotana valdrá para su propio hábito religioso."

viernes, 22 de enero de 2010

Aparecida.

Las palabras del Cardenal Darío Castrillón al pleno del Celam reunidos en Aparecida, en relación a la Comisión Ecclesia Dei, ante la inminencia de la promulgación del Motu Proprio "Summorum Pontificum" de su Santidad Benedicto XVI.
El Cardenal hablaba, en aquel entonces, de la próxima liberación de la Misa Gregoriana, del Instituto del Buen Pastor, de Campos en Brasil y de un nuevo instituto a eregirse en Barcelona, que posteriormente sería el Oasís de Jesús Sacerdote.
*
"Queridos y venerados hermanos:
Me permito presentar un breve informe sobre la Pontificia Comisión Ecclesia Dei y sobre el estado de la realidad pastoral que el Santo Padre ha puesto bajo su competencia.
Esta Comisión fue instituida por el Siervo de Dios Juan Pablo II en 1988, cuando un grupo notable de sacerdotes, religiosos y fieles que habían manifestado su descontento con la reforma litúrgica conciliar y se habían congregado bajo el liderazgo del Arzobispo francés Marcel Lefebvre, se separaron de éste porque no estuvieron de acuerdo con la acción cismática de la ordenación de Obispos sin el debido mandato pontificio. Ellos, entonces, prefirieron mantener la plena unión con la Iglesia. El Santo Padre, mediante el Motu Proprio Ecclesia Dei Adflicta, confió a esta Comisión el cuidado pastoral de estos fieles tradicionalistas.
Hoy la actividad de la Comisión no se limita al servicio de aquellos fieles que en tal oportunidad quisieron mantenerse en plena comunión con la Iglesia, ni a los esfuerzos encaminados a poner fin a la dolorosa situación cismática y a lograr el regreso de estos hermanos de la fraternidad San Pío X a la plena comunión. Por voluntad del Santo Padre, este Dicasterio extiende, además, su servicio a satisfacer las justas aspiraciones de cuantos por una sensibilidad particular, sin haber tenido vínculos con los dos grupos anotados, desean mantener viva la liturgia latina anterior en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos.
Sin duda alguna, el empeño más importante, que concierne a toda la Iglesia, es la búsqueda de poner fin a la acción cismática y reconstruir, sin ambigüedades la plena comunión. El Santo Padre, que fue durante algunos años miembro de esta Comisión, quiere que ella se convierta en un organismo de la Santa Sede con la finalidad propia y distinta de conservar y mantener el valor de la liturgia latina tradicional. Pero se debe afirmar con toda claridad que no se trata de un volver atrás, de un regreso a los tiempos anteriores a la reforma de 1970. Se trata en cambio de una oferta generosa del Vicario de Cristo que, como expresión de su voluntad pastoral, quiere poner a disposición de la Iglesia todos los tesoros de la liturgia latina que durante siglos ha nutrido la vida espiritual de tantas generaciones de fieles católicos. El Santo Padre quiere conservar los inmensos tesoros espirituales, culturales y estéticos ligados a la liturgia antigua. La recuperación de esta riqueza se une a la no menos preciosa de la liturgia actual de la Iglesia.
Por estas razones el Santo Padre tiene la intención de extender a toda la Iglesia latina la posibilidad de celebrar la Santa Misa y los Sacramentos según los libros litúrgicos promulgados por el Beato Juan XXIII en 1962. Por esta liturgia, que nunca fue abolida, y que , como hemos dicho, es considerada un tesoro, existe hoy un nuevo y renovado interés y, también por esta razón el Santo Padre piensa que ha llegado el tiempo de facilitar, como lo había querido la primera Comisión Cardenalicia en 1986, el acceso a esta liturgia haciendo de ella una forma extraordinaria del único rito Romano.
Hay algunas buenas experiencias de comunidades de vida religiosa o apostólica erigidas por la Santa Sede recientemente que celebran en paz y serenidad esta liturgia. En torno a ellas se congregan asambleas de fieles que frecuentan estas celebraciones con alegría y gratitud. Las erecciones más recientes son el Instituto de San Felipe Neri en Berlín, que funciona como un Oratorio y se ha hecho presente también, con buena acogida, en la Diócesis de Tréveris; el Instituto del Buen Pastor de Burdeos que reúne sacerdotes, seminaristas y fieles, algunos salidos de la Fraternidad San Pío X. Están muy adelantados los trámites para el reconocimiento de una comunidad contemplativa, el Oasis de Jesús Sacerdote, de Barcelona.
En América Latina, como es bien conocido, debemos agradecer al Señor por el regreso de toda una Diócesis, la de Campos, antes lefevriana que ahora, después de cinco años, presenta buenos frutos. Ha sido un retorno pacífico y los fieles que se han inscrito en la Administración Apostólica, están contentos de poder vivir en paz en sus comunidades parroquiales; más aún, en efecto algunas diócesis brasileñas han hecho contactos con la Administración Apostólica de Campos que ha puesto a su disposición sacerdotes para la cura pastoral de los fieles tradicionalistas en sus iglesias locales. El proyecto del Santo Padre ha sido ya parcialmente probado en Campos donde la cohabitación pacífica de las dos formas del único rito romano en la Iglesia es una bella realidad. Tenemos la esperanza de que tal modelo produzca buenos frutos, también en otros lugares de la Iglesia donde viven juntos fieles católicos con sensibilidades litúrgicas diversas. Y esperamos, además, que tal modo de vivir juntos atraiga también aquellos tradicionalistas que todavía están lejos.
Los miembros actuales de la Comisión son los Sres. Cardenales Julián Herranz, Jean-Pierre Ricard, William Joseph Levada, Antonio Cañizares, e Franc Rodé. Son consultores los Subsecretarios de algunos Dicasterios.
Hasta ahora han estado bajo Ecclesia Dei varias comunidades dispersas por el mundo. 300 sacerdotes, 79 religiosos, 300 religiosas, 200 seminaristas y varias centenas de miles de fieles. Curiosamente aumenta el interés de los jóvenes en Francia, Estados Unidos, Brasil, Italia, Escandinavia, Australia y China. En el momento del regreso, de Campos han pasado 50 sacerdotes, unos cincuenta seminaristas, 100 religiosas y 25.000 fieles.
Hoy el grupo de los lefevrianos consta de 4 Obispos que fueron ordenados por Mons. Lefebvre, de 500 sacerdotes y 600.000 fieles. Al grupo se unieron igualmente varios monasterios contemplativos y algunos grupos religiosos masculinos y femeninos, tienen parroquias (los llaman prioratos), seminarios y asociaciones. Están presentes en 26 países.
Pidamos al Señor que este proyecto del Santo Padre pueda realizarse pronto para la unidad de la Iglesia."

miércoles, 20 de enero de 2010

Visitas al Santísimo Sacramento del Altar, XVII.

1.
“Oh Jesús:
-cuando yo te llame, óyeme.
-cuando yo te ofenda, perdóname.
-cuando yo te deje, sígueme.
-cuando yo te olvide, recuérdame.
-cuando yo te pida, socórreme.
-cuando yo te sirva, anímame”.
*
2.
“Oh Jesús:
-cuando yo esté para morir, y mis ojos vidriados y desencajados ya no vean, muéstrate.
-cuando mis oídos, cerrados a las voces de los hombres, ya no oigan, llámame.
-cuando mis labios, fríos y convulsos, ya no se muevan, recomiéndame.
-cuando mis manos, trémulas y entorpecidas, ya no empuñen, cógeme.
-cuando mis pies, perdido su movimiento, ya no anden, llévame.
-cuando mi corazón, débil y oprimido, ya no lata, oh Jesús, Jesús, Jesús, recíbeme”.
*
3.
“Oh Jesús, tu Sagrada Hostia me parece la moneda con que quieres comprar mi alma. ¡Cuánto valdrá mi alma, pues das por ella un valor infinito!
-Mi alma vale el cariño paternal de Dios. Dios creador es mi Padre, y yo soy su hijo.
-Mi alma vale las ternuras, las lágrimas, los sollozos y los sufrimientos de Belén; por comprar mi alma se hizo Dios niño.
-Mi alma vale las soledades, las amarguras, las hambres del destierro; por comprar mi alma fue Jesús a Egipto.
-Mi alma vale los sudores, las plegarias, las privaciones de Nazaret; por comprar mi alma vivió Jesús treinta años en el olvido.
-Mi alma vale las penitencias, las predicaciones, los milagros, toda la vida, pasión y muerte de Jesucristo; por comprar mi alma es imagen de Jesús el crucifijo.
-Mi alma vale todas las gracias, mociones e inspiraciones del Espíritu Santo; gracias actuales, internas y externas, y sobre todo la gracia santificante con todo el séquito de las virtudes infusas y de los siete dones del Espíritu Santo.
-Valiendo tanto mi alma, qué de extraño tiene el que para comprarla se dé en la Sagrada Hostia Jesús a sí mismo”.
*
De: Cien visitas a Jesús Sacramentado de Saturnino Junquera, s.j.

martes, 19 de enero de 2010

Visitas al Santísimo Sacramento del Altar, XVI.

1.
“Oh Jesús, yo quisiera acompañarte en el sagrario como en vida te acompañaba tu Madre:
-Tu Madre fue humilde: “Miró Dios la pequeñez de su esclava”; que yo sea humilde como ella.
-Tu Madre fue la Virgen de las vírgenes: “No conozco varón”; que yo sea puro como ella.
-Tu Madre fue obediente a los planes divinos: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”; que yo sea obediente como ella.
-Tu Madre fue reina de los mártires: “Estaba junto al pie de la cruz”; que yo sea paciente como ella.
-Tu Madre fue agradecida de Dios: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alboroza en Dios, mi Salvador”; que yo sea agradecido como ella.
-Tu Madre estuvo enriquecida con el tesoro de las virtudes más excelsas: “Hizo en mí cosas grandes el Todopoderoso”; que yo sea santo como ella”.
*
2.
“Oh Jesús, mi corazón es como un templo inmenso, que sin ti se siente vacío:
-lo lleno de riquezas, y sigue pobre, pues el oro es polvo que el viento tan pronto dispersa como arremolina.
-lo lleno de placeres, y se siente hambriento, pues los deleites son flores, que a la mañana se abren y a la tarde se marchitan.
-lo lleno de honores y se siente solo, pues los aplausos son humo que ahora parecen algo, y al instante se disipan.
-lo lleno de amores humanos, y se siente abandonado, pues el corazón del hombre está amasado de egoísmos y de envidias.
-lo lleno de salud y lozanía, y se siente abatido, porque el vigor del hombre es como castillo de naipes, que el soplo de cualquier enfermedad lo derriba.
-lo lleno de diversiones y espectáculos, y se siente triste, porque los encantos humanos, no son verdad, son sólo una comedia, una película.
-Llena, oh Jesús, mi corazón contigo; entra en él, si no como en un gran santuario, al menos como en una humilde ermita”.
*
De: Cien visitas a Jesús Sacramentado de Saturnino Junquera, s.j.

lunes, 18 de enero de 2010

Visitas al Santísimo Sacramento del Altar, XV.

1. “Oh Jesús:
-Yo quisiera tener toda la sangre de los mártires para derramarla por ti.
-Yo quisiera tener toda la sabiduría de los doctores para conocerte a ti.
-Yo quisiera tener todas las penitencias de los anacoretas para soportarlas por ti.
-Yo quisiera tener todo el celo de los apóstoles para luchar por ti.
-Yo quisiera tener toda la pureza de las vírgenes para recrearte a ti.
-Yo quisiera tener todas las virtudes de todos los ángeles y santos para amarte y parecerme a ti”.
*
2. “Paciencia de Jesús, sopórtame.
-Pobreza de Jesús, enriquéceme.
-Pureza de Jesús, hermoséame.
-Obediencia de Jesús, enderézame.
-Providencia de Jesús, cuídame.
-Amor de Jesús, enardéceme”.
*
3. “Oh Jesús, cuando veo tus labios envidio a la Samaritana, que los refrigeró dándoles a beber del cántaro de agua.
-Oh Jesús, cuando veo tus manos envidio a aquellos enfermos, a quienes con ellas bendecías, tocabas y sanabas.
-Oh Jesús, cuando veo tus brazos, envidio a los niños de Galilea, a quienes acogías y abrazabas.
-Oh Jesús, cuando veo tus pies envidio a la Magdalena, que se sentó junto a ellos y los abrazaba, y los regaba con sus lágrimas.
-Oh Jesús, cuando veo tu costado abierto envidio a San Juan que en la última cena tuvo sobre él la cabeza reclinada.
-Oh Jesús, todo esto es verdad, pero debo pensar que, sin verte, tengo la misma suerte que ellos, al recibir tu Hostia Sacrosanta”.
*
De: Cien visitas a Jesús Sacramentado de Saturnino Junquera, s.j.

domingo, 17 de enero de 2010

2º Domingo después de Epifanía.

(II clase, verde) Gloria y Credo. Prefacio de la Santísima Trinidad.
*
Ante la muda y confiada súplica de su madre, Jesús, adelantando su hora, se manifiesta en su primer milagro: "y creyeron en él sus discípulos".
*
*
Por su evangelio de las bodas de Caná y dos cánticos tomados de él se emparenta la liturgia de este domingo con la del Tiempo de Navidad y de Epifanía; lo demás se aproxima a los domingos siguientes.
El evangelio domina por su simbolismo, que es doble. Las bodas figuran la alianza; el agua cambiada en vino, la superioridad de la alianza nueva sobre la antigua con el anuncio de la Eucaristía. "¿Por qué ha de extrañar que asista el Señor a unas bodas si ha venido a este mundo para desposarse?" Esto dice San Agustín en maitines y comenta, uno tras otro, ambos simbolismos.
Todos los Padres han visto en el milagro de Caná el anuncio de la Eucaristía, de la transformación de nuestras almas bajo la acción de Cristo. "Aqua eramus, vinum nos fecit. Eramos agua y nos ha convertido en vino." Este cambio profundo de nuestro ser, que nos emparenta con Cristo desde aquí abajo, nos prepara para el banquete de las bodas eternas, al que estamos todos invitados con toda la Iglesia.
*
INTROITUS
Ps. 65, 4. Ps. ibid.,1-2.
*
Omnis terra adóret te, Deus,
et psallat tibi: psalmum
dicat nómini tuo, Altíssime.
Ps. Jubiláte Deo, omnis terra,
psalmum dícite nómini ejus:
date glóriam laudi ejus.
V/. Glória Patri.

viernes, 15 de enero de 2010

Visitas al Santísimo Sacramento del Altar, XIV.

“Oh Jesús:
-Si dudo, aconséjame.
-Si yerro, desengáñame.
-Si me pierdo, encuéntrame.
-Si caigo, levántame.
-Si me desanimo, aliéntame.
-El día en que muera, llévame”.
*
“Oh Jesús, aquí tienes mi corazón:
-Conviértelo en una lámpara para alumbrarte.
-Conviértelo en un horno para calentarte.
-Conviértelo en una joya para adornarte.
-Conviértelo en una diadema para coronarte.
-Conviértelo en un jardín para recrearte.
-Conviértelo en un palacio para aposentarte”.
*
“Oh Jesús, enséñame desde el sagrario lo que es pecado:
-Tú eres en el sagrario todo blancura, y el pecado es todo fealdad y miseria.
-Tú eres en el sagrario todo dulzura, y el pecado es todo amargor, remordimiento y pena.
-Tú eres en el sagrario todo humildad y sumisión, y el pecado es todo rebelión y desobediencia.
-Tú eres en el sagrario todo salud y vida, y el pecado es todo corrupción y muerte eterna.
-Tú eres en el sagrario todo bondad y generosidad, y el pecado es todo malicia y maleficencia.
-Tú eres en el sagrario todo acercamiento y amor a Dios, y el pecado es todo alejamiento e indiferencia”.
*
De: Cien visitas a Jesús Sacramentado de Saturnino Junquera, s.j.

miércoles, 13 de enero de 2010

Reflexión: Conmemoración del Bautismo de N.S.J.C.

“Et testimónium perhíbuit Joánnes, dicens: Quia vidi Spíritum descendéntem quasi colúmbam de caelo, et mansit super eum” (“Y Juan dio testimonio diciendo: Yo he visto al Espíritu que descendía del cielo en forma de paloma, y reposó sobre Él”), leemos en el Evangelio de hoy en que conmemoramos el Bautismo del Señor en el río Jordán.
La conmoción popular producida por la predicación del Bautista, llegó a ser tan grande, que Jesús creyó que había llegado la oportunidad de revelarse El mismo ante el pueblo. Esta despedida de Nazareth no fue para El, naturalmente, un sacrificio pequeño. El dejaba la vida íntima del hogar, llena de encantadora confianza; dejaba sus ocupaciones sencillas y ordenadas; y sobre todo dejaba a su Santísima Madre, en cuya alma tantos tesoros de gracias había depositado…
Jesús se dirigió al Jordán, donde Juan bautizaba y predicaba. Según la tradición, el teatro del apostolado del Bautista estuvo situado a la otra parte del bajo Jordán, no lejos de Jericó, en el mismo sitio por donde el pueblo hebreo entró en la tierra prometida. Allí, bajo la acción del Bautista, se había trasladado el centro de la vida religiosa nacional y florecía en toda su intensidad la esperanza en la venida del Mesías. Allí era, pues, el lugar más apropiado para empezar su apostolado, y allí fue para hacerse también bautizar.
¿Por qué quiso el Señor ser bautizado por San Juan? En primer lugar, para consagrar así toda la misión del Bautista, principalmente su bautismo como figura del bautismo cristiano, y para santificar, honrar y recompensar a Juan por su fidelidad, su celo y su gran abnegación. Juan no había visto jamás al Salvador, ahora el Señor va hacia él. En segundo lugar, quería el Salvador, en aquella ocasión, revelarse ante el pueblo y ser iniciado por Dios en su vocación. En tercer lugar, se proponía darnos ejemplo de humildad, y de celo para aprovechar todos los medios de salvación, entonces ordenados por Dios, aunque El no viniese obligado a ello. Este motivo fue indicado por el Salvador mismo (Math., III, 15). Uno de estos medios de salvación era, en aquel entonces, el bautismo de penitencia, y la voluntad de Dios era que todos lo recibiesen, aunque no de precepto, pero sí de consejo. El Hombre-Dios se había hecho como uno del pueblo, y como tal se había sujetado, hasta entonces, a todas las prescripciones legales, y también ahora quiso sujetarse al bautismo.
¡Es muy digno de notarse que el primer acto público de Jesús es un acto de inconcebible humildad, de aniquilamiento propio y de penitencia! Con esto se proponía también el Salvador prefigurar en sí mismo el bautismo cristiano, y animar con su ejemplo a todos los hombres a que lo recibiesen. Cristo no podía recibir su bautismo propio, ya porque no estaba aún establecido, ya porque de antemano poseía esencial y originariamente todas las excelencias que el bautismo comunica. Pero nada obstaba a que recibiese el bautismo figurativo de Juan, porque no era más que una confesión y un medio de penitencia; y Cristo es el representante, el fundador y el modelo de la humanidad que expía y se santifica. Por esto se hizo bautizar, invitando así a todos a recibir el bautismo.
¿Cómo tuvo lugar el bautismo? Representémonos el encuentro de Jesús y Juan, el acto del bautismo y los sentimientos que a ambos embargaban en aquel momento. ¡Cuánto respeto y veneración por parte de Juan! ¡Qué gozo filial el de aquel hombre tan austero, al ver al Mesías, cuya sombra precursora era él! Además, ¡cuánta sorpresa. Humildad y confusión le sobrecogerían al ver al Salvador que iba hacia él, escuchaba su predicación y le pedía el bautismo! En este acto de humildad reconoció él también, probablemente, al Salvador. No es menos de admirar, finalmente, la infantil sencillez con que Juan administra el bautismo a Cristo; en seguida rehuye hacerlo por humildad, pero accede luego que el Salvador le indica que tal es su voluntad. Por lo que respecta al Salvador, ¡cuánto aprecio sentiría por ese hombre tan grande y excelente (Math., XI, II), cuánto se gozaría en su sencillez, y cuánto le amaría por su corazón fiel y abnegado! Mientras que Juan le administra, temblando de respeto, el bautismo, el Salvador bautiza el alma de Juan con una ola de gracia celestial. Y, ante Dios, el Corazón de Jesús produce actos de todas virtudes correspondientes al objeto y fin del bautismo. Por eso dice el Evangelio, que Jesús oraba (Luc., III, 21).
Al salir Jesús del agua del Jordán, aparecieron sobre El signos visibles celestiales. El cielo se abrió inundando el espacio con su gloria, el Espíritu Santo bajó visiblemente sobre El en figura de una blanca paloma deslumbrante y resonó una potente voz: “Este es mi Hijo muy amado, en él tengo mis complacencias”. La significación de este signo fue ante todo una revelación del Salvador, la más gloriosa y solemne de cuantas hasta ahora habían tenido lugar, pues la Santísima Trinidad misma es la que da testimonio, el más claro, el más glorioso y el más público posible, de la Divinidad del Salvador. Aquella aparición fue una recompensa al Salvador por su humildad, por su obscuridad, por su obediencia y por su sumisión en el bautismo. Para Dios, nada está tan próximo a la exaltación como la humillación. Estos signos celestiales, son, por así decirlo, la ejecutoria de Jesús para su apostolado público, como profeta, como sacerdote y como rey, y el comienzo oficial de su misión. Todo esto se halla contenido en la declaración de que El es el verdadero Hijo de Dios. Finalmente, el bautismo de Cristo además de dar lugar a una revelación de la divinidad de éste, es la revelación y el fundamento del sacramento del bautismo, y sobre todo de su necesidad. Desde ahora el bautismo será usado como medio indispensable de salvación. En el bautismo de Cristo están prefigurados los efectos del sacramento, es decir, la purificación de los pecados mediante la sumersión o la ablución; la santificación interior en la gracia, mediante el descenso del Espíritu Santo. La adopción y la elevación a la filiación divina con Cristo y en Cristo, mediante la voz del Padre; y el derecho a la herencia del cielo, mediante la abertura de este. Lo que visiblemente tuvo lugar en el bautismo del Salvador, esto mismo sucede invisiblemente en todo bautismo cristiano.
Es, pues, el bautismo del Señor un alto y trascendental misterio. Es la solemne revelación de la Divinidad de Cristo en medio de su humildad y anonadamiento. Es el punto culminante del apostolado de Juan, y la figura del bautismo de la Iglesia y de todo el género humano. Por esto dicen los Santos Padres que Cristo, en su bautismo en el Jordán, sumergió y sacó consigo, de las aguas, el universo todo.

martes, 12 de enero de 2010

La Reforma de la Reforma.

Por ser de gran interés para nosotros este tema de "la Reforma de la Reforma", es que reproducimos el artículo de Paix Liturgique, traducido por La Buhardilla de Jerónimo.
*
"La creciente disponibilidad del libro de Mons. Nicola Bux “La reforma de Benedicto XVI” es nuestra oportunidad para alejarnos un poco de nuestro usual centro de atención – la aplicación del motu proprio “Summorum Pontificum” – para hacer revista de la “reforma de la reforma” que el Santo Padre ha iniciado en la Liturgia. Es también ocasión para considerar qué tipo de relación emergerá, lentamente, entre las dos formas de la Liturgia romana."
Leer el artículo completo aquí.

lunes, 11 de enero de 2010

José Mariné Jorba, pbro. (1919-2010).


José Mariné Jorba, pbro. (1919-2010).
*
Las Exequias del Reverendo Mosén José Mariné Jorba tendrán lugar este lunes 11 de enero, a partir de las 15:15 horas, en la iglesia parroquial de San Félix Africano, sita en la calle Ramón Trías Fargas, 21 (continuación de Cerdeña) de Barcelona.
*

domingo, 10 de enero de 2010

Sagrada Familia. 1º domingo después de Epifanía.

Claro que es rey, rey de cielos y tierra, el humilde aprendiz de Nazaret y ciñe su frente divina invisible corona.
*
Fiesta de la Sagrada Familia (II clase, blanco) Gloria y Credo. Prefacio de la Epifanía.
*
*
Reflexión
*
In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.
Después del encuentro en el Templo, Jesús regresó a Galilea con María y José. Y bajó con ellos, y vino a Nazareth, y les estaba sujeto. El Espíritu Santo ha querido dejar consignado este hecho en el Evangelio. La fuente sólo puede provenir de María, que vio una y otra vez la obediencia callada de su Hijo. Es una de las pocas noticias que nos han llegado de estos años de vida oculta: que Jesús les obedecía. “Cristo, a quien el universo está sujeto –comenta San Agustín-, estaba sujeto a los suyos”. Por obediencia al Padre, se sometió Jesús a quienes en su vida terrena encontró investidos de autoridad; en primer lugar, a sus padres.
Nuestra Señora debió de reflexionar en muchas ocasiones acerca de la obediencia de Jesús, que fue extremadamente delicada y a la vez sencilla y llena de naturalidad. San Lucas nos dice inmediatamente que su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.
Toda la vida de Jesús fue un acto de obediencia a la voluntad del Padre: Yo hago siempre lo que es de su agrado, nos afirmará más tarde. Y en otra ocasión dijo claramente a sus discípulos: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.
El alimento es lo que da energías para vivir. Y Jesús nos dice que la obediencia a la voluntad de Dios –manifestada de formas tan diversas- deberá ser lo que alimente y dé sentido a nuestras vidas. Sin obediencia no hay crecimiento en la vida interior, ni verdadero desarrollo de la persona humana; la obediencia, “lejos de menoscabar la dignidad humana, la lleva, por la más amplia libertad de los hijos de Dios, a la madurez” (CVII, Perfectae caritatis).
No hay ninguna situación de nuestra vida que sea indiferente para Dios. En cada momento espera de nosotros una respuesta: la que coincide con su gloria y con nuestra personal felicidad. Somos felices cuando obedecemos, porque hacemos lo que el Señor quiere para nosotros, que es lo que nos conviene, aunque en alguna ocasión nos cueste.
La voluntad de Dios se nos manifiesta a través de los mandamientos, de su Iglesia, de acontecimientos que suceden, y también de personas a quienes debemos obediencia.
La obediencia es una virtud que nos hace muy gratos al Señor. En la Sagrada Escritura se nos narra la desobediencia de Saúl a un mandato que había recibido de Yahvé. Y a pesar de su victoria sobre los amalecitas y de los sacrificios que después ofreció el propio rey, el Señor se arrepintió de haberlo hecho rey, y, por boca del profeta Samuel le dijo: Mejor es la obediencia que las víctimas. Y comenta San Gregorio: “Con razón se antepone la obediencia a las víctimas, porque mediante la obediencia se inmola la propia voluntad”. En la obediencia manifestamos nuestra entrega al Señor.
En el Evangelio vemos cómo obedece nuestra Madre Santa María, que se llama a sí misma la esclava del Señor, manifestando que no tiene otra voluntad que la de su Dios. Obedece San José, y siempre con presteza, las cosas que se le ordenan de parte del Señor. Es la prontitud de hacer lo mandado, una de las cualidades de la verdadera obediencia. Los Apóstoles, a pesar de sus limitaciones, saben obedecer. Y porque confían en el Señor echan la red a la derecha de la barca, donde les ha dicho Jesús, y obtienen una pesca abundante, a pesar de no ser la hora oportuna y de tener experiencia de que aquel día parecía no haber un solo pez en todo el lago. La obediencia y la fe en la palabra del Señor hacen milagros. Muchas gracias y frutos van unidos a la obediencia. Los diez leprosos son curados por la obediencia a las palabras del Señor… Y lo mismo le sucedió a aquel ciego a quien el Señor le puso lodo en los ojos, y le dijo: anda, y lávate en la piscina de Siloé… El Evangelio nos muestra muchos ejemplos de personas que supieron obedecer: los sirvientes de Caná de Galilea, los pastores de Belén, los Magos… Todos recibieron abundantes gracias de Dios.
“Jesucristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos, nos reveló su misterio y realizó la redención con su obediencia” (CVII, Lumen gentium). Y San Pablo nos dice que se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. En Getsemaní, la obediencia de Jesús alcanza su punto culminante, cuando renuncia completamente a su voluntad para aceptar la carga de todos los pecados del mundo, y así redimirnos… No nos extrañe si al abrazar la obediencia nos encontramos con la cruz. La obediencia exige, por amor a Dios, la renuncia a nuestro yo, a nuestra más íntima voluntad. Sin embargo, Jesús ayuda y facilita el camino, si somos humildes.
Cristo obedece por amor; ese es el sentido de la obediencia cristiana: la que se debe a Dios y a sus mandamientos, la que se debe a la Iglesia, a los padres –a sus mandatos y a la doctrina del Magisterio-, y la que afecta a aquellas cosas más íntimas de nuestra alma. En todos los casos, de forma más o menos directa, estamos obedeciendo a Dios a través de sus autoridades. Y no quiere el Señor servidores de mala gana, sino hijos que desean cumplir su voluntad… La obediencia, lleva también consigo la educación verdadera del carácter y una gran paz en el alma, frutos del sacrificio y de la entrega de la propia voluntad por un bien más alto. Sirviendo a Dios, a través de la obediencia, se adquiere la verdadera libertad: Deo serviré, regnare est. Servir a Dios es reinar…
Si nos ponemos muy cerca de la Virgen aprenderemos con facilidad a obedecer con prontitud, alegría y eficacia. Dice San Josemaría Escriva: “Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia de Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío. En María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38)”.
Que así sea.
In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.

sábado, 9 de enero de 2010

Gestos durante la Santa Misa.

1.- Los fieles se santiguan:
- Al inicio de la Misa.
- Al Adiutorium nostrum.
- Al Indulgentiam.
- A las primeras palabras del Introito.
- A las palabras Cum Sancto Spiritu in gloria Dei Patris del final del Gloria.
- Al inicio del Evangelio se signan tres veces (una en la frente, otra en los labios y otra en el pecho), pero no se santiguan.
- Al final del Evangelio, cuando el sacerdote dice Per evangelica dicta.
- Al inicio y final de la homilía.
- Al Et vitam venturi saeculi del Credo.
- Al Benedictus.
- Al Indulgentiam antes de la comunión del pueblo.
- A la bendición final.
- Al Último Evangelio se signan tres veces (una en la frente, otra en los labios y otra en el pecho), pero no se santiguan.
2.- Las inclinaciones son de tres clases: máxima, media y mínima. La máxima consiste en inclinar la cabeza con el tronco (sin doblarla) hasta un ángulo de unos 45°; la media, en inclinar ligeramente la cabeza con el tronco ligeramente (como hasta ver la punta de los pies), y la mínima, en inclinar sólo la cabeza. Teniendo en cuenta esto, los fieles hacen inclinación (sólo estando sentados o de pie, pero nunca de rodillas):
- Al paso de la procesión del clero al ir hacia el altar en las misas solemnes: a la cruz procesional (profunda) y al sacerdote celebrante (media).
- Al Gloria Patri del Introito (máxima).
- En el Gloria: al inicio, y a las palabras Adoramus Te, Gratias agimus Tibi propter magnam gloriam Tuam, (Domine, Fili Unigenite) Iesu Christe, Suscipe deprecationem nostram y (Tu solus Altissime) Iesu Christe (máxima).
- En la Colecta: a la invitación Oremus (media); al nombre de Jesús (máxima), de María (media), de San José y del santo o santos cuya fiesta se celebra (mínima), al nombre del Papa (mínima) y a la conclusión si se pronuncia el nombre de Jesús (profunda).
- En la Epístola y en el Evangelio: cada vez que se pronuncia el nombre de Jesús (máxima), María (media) y José (mínima).
- En el Credo: al inicio, y a las palabras (Et in unum Dominum nostrum) Iesum Christum y (Qui cum Patre el Filio simul) adoratur (máxima).
- A la incensación: antes y después de la incensación del pueblo (mínima).
- Al Gratias agamus Domino Deo nostro del diálogo antes del Prefacio (máxima).
- Al inicio del Sanctus (máxima).
- Al Agnus Dei (máxima).
- En la Postcomunión: como en la Colecta.
- Al paso de la procesión del clero al volver a la sacristía en las misas solemnes: a la cruz procesional (profunda) y al sacerdote celebrante (media).
3.- Los fieles hacen genuflexión:
- Al Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et homo factus est del Credo.
- Al Et Verbum caro factum est, et habitavit in nobis del Último Evangelio.
- Cada vez que se indica en el Propio de algunas misas.
4.- Los fieles se percuten el pecho:
- Al mea culpa del Confíteor (tres veces), tanto en la Antemisa, como antes de la comunión de los fieles.
Estas indicaciones suponen aquella participación eminente y más perfecta de la que hablaba Pío XII en su encíclica sobre Sagrada Liturgia, es decir cuando se sigue el santo sacrificio con el misal manual, para rezar con las mismas oraciones de la Iglesia. Esto debería ser el ideal al cual conformarse; no obstante, unirse a la celebración mediante la contemplación, la meditación, recitar oraciones alusivas a las distintas partes de la misa u otros actos piadosos (como el rezo del Santo Rosario), cuando no se posee la destreza con el misal manual o simplemente no se puede hacer uso de él por cualquier otro motivo, no es de ningún modo censurable y constituye otra manera lícita de participación, aunque menos perfecta (lo que no presupone un mayor o menor fervor). Aquí son los sacerdotes, los que tienen una tarea apostólica y didáctica que desarrollar, instruyendo a los fieles en la participación litúrgica en la Santa Misa y en el manejo de los misales manuales y el conocimiento del tiempo y espacio sagrados.
*
Tomado de Roma Aeterna.

viernes, 8 de enero de 2010

Cómo asistir a misa (posturas y gestos), IV parte.


B) Misa rezada o privada.

Al sonar la campanilla y acceder el sacerdote al altar: de pie.

Al comenzar la misa hasta el Dominus vobiscum que precede a la Colecta: de rodillas.

Al Dominus vobiscum que precede a la Colecta y durante ésta: de pie.

Durante la lectura de la Epístola y del Gradual (o Tracto) y el verso aleluyático (con la Secuencia, si la hay): sentados.

Al Dominus vobiscum que precede el Evangelio y durante la proclamación de éste: de pie, vueltos hacia el Misal.

A la homilía: sentados.

Al Credo: de rodillas.

Al Ofertorio y hasta el principio del diálogo que precede al Prefacio: sentados.

Al principio del diálogo que precede al Prefacio y hasta el Sanctus: de pie.

Al Canon, durante éste y hasta las abluciones: de rodillas.

Después de las abluciones y hasta el Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión: sentados.

Al Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión y durante ésta: de pie.

Después de la Postcomunión y hasta la bendición: de rodillas.

Al Dominus vobiscum que precede al Último Evangelio y durante éste: de pie, vueltos hacia el (genuflexión al Et Verbum caro factum est).

A las preces leoninas: de rodillas.

Al marchar el sacerdote del altar a la sacristía: de pie.

Nota: Hay quienes prefieren permanecer de rodillas durante toda la misa excepto a los dos Evangelios, costumbre laudable. Sin embargo, es signo de poca cortesía eclesiástica permanecer de rodillas cuando entra o sale el sacerdote, a quien se debe respeto por estar revestido de la potestad de Jesucristo, en cuya persona celebra. Este respeto se manifiesta levantándose al llegar él al altar para la misa y al marcharse acabada ésta.
*
Próximo capítulo: Gestos durante la Santa Misa.
Tomado de Roma Aeterna.

jueves, 7 de enero de 2010

Feliz Aniversario.

Hace exactamente un año un grupo de fieles laicos de la Parroquia de la ciudad de Casablanca, localidad ubicada a poco más de cuarenta kilómetros de Valparaíso, Chile, constituía el Grupo Santa Bárbara de la Reina con el propósito de acoger las enseñanzas de S. S. Benedicto XVI relativas a la Tradición Católica y, especialmente, a promover la celebración de la Sancta Missa Romana Clásica, acogiéndose a las directrices que emanaban del Motu Proprio Summurum Pontificum del Papa felizmente reinante.
Hace un año al constituir el grupo lo hicimos en la Fiesta de la Epifanía del Señor, poniéndonos bajo el amparo de la Santísima Virgen María –pues uno de los principales Santuarios a Ella dedicados en Chile está a sólo ocho kilómetros de la ciudad-, y de Santa Bárbara, virgen y mártir, quien es, además, la Patrona de la Parroquia y de la propia ciudad.
Hace un año atrás jamás nos imaginábamos que la Providencia Divina nos tenía reservados grandes acontecimientos. Efectivamente, en el año transcurrido, el grupo hizo la petición formal al Sr. Cura Párroco, Don Reinaldo Osorio Donaire, para que se nos celebrara la Sancta Missa en su Forma Extraordinaria, petición que fue felizmente acogida. La autoridad eclesiástica de nuestra diócesis, Msr. Don Gonzalo Duarte García de Cortázar, por su parte, designó a Msr. Don Jaime Astorga Paulsen para ser el celebrante de la Sancta Missa, lo que ha venido haciendo dos domingos de cada mes tanto en una Capilla como en la Sede Parroquial.
Hace un año atrás tampoco se nos pasó por la mente que el Grupo Santa Bárbara de la Reina se iba a integrar a Una Voce Internacional con todos los derechos y deberes propios de la asociación litúrgica mundial.
Hace un año pusimos nuestra esperanza en nuestras protectoras para que todo se diera como el Señor quería. Así, la celebración de la Sancta Missa ha acogido cada mes en el segundo y tercer domingo una apreciable y significativa concurrencia de fieles en las Misas rezadas como cantadas. Por eso que al cumplir el pasado 6 de enero de 2010, Epifanía del Señor, el primer año de vida como Una Voce Casablanca, le damos gracias al Señor por todas las gracias y beneficios con que nos ha favorecido.
¡Ad maiorem Dei gloriam!

Cómo asistir a misa (posturas y gestos), III parte.


B) Misa cantada.

Si es la misa mayor dominical y precede el Asperges, se levantan todos a la entrada del sacerdote celebrante y se arrodillan al entonar éste la antífona. Al continuar el coro, vuelven a levantarse, haciendo inclinación y persignándose cuando pasa el sacerdote con el hisopo aspergiendo. Después de los versículos y la oración, al ir el sacerdote a deponer el pluvial y tomar la casulla, se pueden sentar.

Al sonar la campanilla y acceder el celebrante y los sirvientes: de pie.

Al inicio y hasta el Introito: de rodillas.

Al Introito y hasta el final de la Colecta: de pie.

Durante la Epístola, el Gradual (o Tracto) y el verso aleluyático (con la Secuencia, si la hay): sentados.

Al Dominus vobiscum que precede al Evangelio: de pie, vueltos hacia el Misal.

A la homilía: sentados.

Al canto del Credo: de pie (genuflexión al Et Incarnatus est).

Al Ofertorio: sentados.

A la incensación del pueblo: de pie (con inclinación al turiferario antes y después de la incensación).

Después de la incensación y hasta el principio del diálogo que precede al Prefacio: sentados.

Al principio del diálogo que precede al Prefacio, durante el canto del Sanctus y hasta el Hanc igitur del Canon: de pie.

Al Hanc igitur del Canon, durante éste y hasta el Per omnia saecula saeculorum del final de éste: de rodillas.

Al Amen que cierra el Canon y hasta el final del canto del Agnus Dei: de pie.

Al Domine, non sum dignus y hasta las abluciones: de rodillas.

Después de las abluciones y hasta el Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión: sentados.

Al Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión, durante ésta y hasta el Ite, Missa est: de pie.

A la bendición: de rodillas.Al Último Evangelio: de pie, vueltos hacia el extremo izquierdo del altar (genuflexión al Et Verbum caro).

Al volver el celebrante y los sirvientes a la sacristía: de pie.
*
Próximo capítulo: Misa rezada o privada.
Tomado de Roma Aeterna.

miércoles, 6 de enero de 2010

Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo.

Siguiendo el rastro luminoso de la estrella, reyes de remotas naciones acuden hacia el Niño-Dios que se muestra al mundo: ríndenle homenaje con el símbolo de sus regalos y entran con ello en la Iglesia, de la que es figura María.
*
(I clase, blanco) Gloria y Credo. Prefacio y Comunicantes de Epifanía.
*
“Magi vidéntes stellam, dixérunt ad ínvicem: Hoc signum magni Regis est: eámuset inquirámus eum, et offéramus ei múnera, aurum,thus et myrrham, allelúiam” (Los Magos, al ver la estrella, dijeron entre sí: Éste es el signo del gran Rey; vayamos, busquémosle, y ofrezcámosle en presente, oro, incienso y mirra, aleluya)”.
Hoy la Iglesia celebra la Epifanía del Señor, esto es, la manifestación del Divino Redentor no sólo al pueblo de Israel, sino que “en este día Dios revela su Hijo a los Gentiles”, es decir, a todas las naciones, pueblos y razas, representadas en los Reyes de Oriente a que hace alusión la antífona con que abrimos esta reflexión. El misterio de la Epifanía, en su desarrollo externo, consiste en la manera cómo los Reyes fueron llamados, cómo siguieron este llamamiento y cómo fueron recompensados. Esos Reyes, llamados Sabios, Magos, eran probablemente vástagos de la casta sacerdotal, quienes, en Media y Persia, ejercían una gran influencia sobre el pueblo y los príncipes, ya como sacerdotes, funcionarios de la corona y educadores de los reyes y de los príncipes de la casa real, ya por su saber religioso y filosófico y su ciencia de la naturaleza y de las estrellas. Ellos eran, además, los custodios de la revelación primitiva. No se sabe si venían de Persia, Caldea o Arabia; lo único que consta es que procedían de un país, situado en el oriente de Palestina, “del Oriente” (Math., II, 1). Por las múltiples relaciones de aquellos países con el pueblo de Israel, desde los tiempos más primitivos por medio del cautiverio en Siria y Babilonia, es posible que conociesen las Sagradas Escrituras y las profecías, y por consiguiente, es probable que tuviesen noticia de la profecía de Balaam, sobre la estrella de Jacob (Num., XXIV, 17; Dan., II, 47; III, 96; VI, 25; XIV, 40). A lo anterior, pudo añadirse una revelación especial, para que se pusiesen en camino al ver aparecer una determinada estrella para prestar homenaje al Rey-Dios. Esta estrella apareció efectivamente en la época del nacimiento de Cristo, ya fuese una estrella antes existente, ya nuevamente creada, o un cometa, o una luz cualquiera de brillo extraordinario que, conforme a los designios de Dios, pudo preceder a los Reyes, desaparecer y reaparecer. Seguramente que al aparecer la estrella, ilustró Dios también el corazón de los Reyes, haciéndoles conocer que debían seguirla para ir a adorar al Rey recién nacido. Así llamó Dios a los Magos –de una manera muy adecuada a ellos, no por medio de un ángel, sino por un fenómeno de la naturaleza, en cuyo estudio y observación se ocupaban-; de un modo muy adecuado a Cristo, que es la luz del mundo; y, finalmente, de la manera más conforme al carácter de la gracia que previene, acompaña y recompensa al hombre en todo el camino de su vida; pues la maravillosa estrella, tanto por su origen, como por su poder de atracción, lo mismo por su fidelidad en dirigir a los Magos, como por el feliz éxito de su dirección, es un magnífico símbolo de la gracia. Los Reyes siguieron el llamamiento exterior e interior de la gracia de Dios, con la mayor seguridad y decisión, y con regia constancia en todas las dificultades y sacrificios.
¿Qué es lo que significa el misterio de la Epifanía del Señor? ¿Qué significa esta estrella esplendorosa, esta regia comitiva, estas barras de oro, este incienso y precisos perfumes comparados con aquella otra noche, con aquel silencio y oscuridad, y con la pobreza del nacimiento de Jesús? La pobre morada del Salvador se ha trocado en corte regia, en catedral cristiana. Tal es el significado del misterio; es la revelación de la realeza de Cristo, en general y especialmente es la revelación de los atributos de esta misma realeza. El misterio, todo entero, es una revelación y reconocimiento de la realeza de Cristo. Ya los Magos publicaban esta realeza al preguntar por el recién nacido Rey de los judíos, y lo confirmaban con su homenaje a Cristo como Mesías, y como Rey y como Dios; que no otra cosa significaban sus regalos consistentes en oro, incienso y mirra (Math., II, 2); el oro era la ofrenda la Rey; el incienso, la ofrenda a Dios; la mirra, la ofrenda al Redentor. Al adorar, pues, a Jesús, adoran en Él su realeza divina y sacerdotal.
Descríbense también gloriosamente en este misterio los atributos de la realeza del Salvador. Y, desde luego, su origen. No es una realeza adquirida por el oro, ni conquistada por la fuerza, ni transferida por la voluntad de los súbditos, sino una realeza inherente a la persona misma de Cristo, connatural a Él y personal. Cristo es Rey porque es el Hombre-Dios. También nos revela este misterio, la potencia de la realeza de Cristo, la cual se extiende a todos y a todo. Jesucristo es el dueño del mundo material, es el Señor de los hombres, sobre todo de sus enemigos que tiemblan al solo anuncio de su venida y que no consiguen más que realizar los designios del Salvador aun contra su misma voluntad. El es el Señor de sus súbditos fieles, a quienes llama donde quiere, y les da la capacidad de hacer los sacrificios inherentes a su vocación, pues El es también el Señor de la gracia. Es, finalmente, el Señor de los judíos y de los gentiles, el Señor de toda la redondez de la tierra y de todas las generaciones. Revélanse, además, los beneficios y bendiciones de esta realeza. Cristo es el Señor de todos, y por esto a todos ama y llama a todos, pastores y sabios, pobres y reyes, justos y pecadores, judíos y gentiles. Por último, se revelan los destinos de esta realeza. El misterio de la Epifanía del Señor es una imagen brillantísima que refleja las magnificencias del reino de Cristo, no sólo las presentes, sino las futuras.
Debemos, pues, ante todo regocijarnos y felicitarnos en el Salvador, para quien tanta gloria y reconocimiento redundan de todas las maravillas que acompañaron su Epifanía. En segundo lugar, rindamos acciones de gracia. Este misterio nos toca muy de cerca; en él vemos figurada nuestra propia vocación. Los Santos Reyes son los primeros llamados, las primicias, los primeros príncipes de la gentilidad en la Iglesia. Tras ellos se han emprendido todos los pueblos gentiles el camino de la cruz hacia el Cristo; y nosotros hemos sido los últimos en llegar. Estando nosotros muy lejos, nos ha llamado a la maravillosa luz de su fe y de su Iglesia. Rindámosle a nuestro Rey, nuestros humildes homenajes y sirvámosle con amor, generosidad y espíritu de sacrificio.
Pidámosle a los Santos Reyes que nos enseñen el camino que nos lleva a Cristo, y a María Santísima que nos prepare el camino que lleva al amor pleno. ¡María Stella maris, Stella orientis, ora pro nobis!

martes, 5 de enero de 2010

Cómo asistir a misa (posturas y gestos), II parte.


A) Misa solemne.

Si es domingo y precede el Asperges, se levantan todos a la entrada del sacerdote celebrante y se arrodillan al entonar éste la antífona. Al continuar el coro, vuelven a levantarse, haciendo inclinación y persignándose cuando pasa el sacerdote con el hisopo aspergiendo. Después de los versículos y la oración, al ir el sacerdote a deponer el pluvial y tomar la casulla, se pueden sentar.

Al sonar la campanilla y acceder la procesión del clero al altar: de pie (si se procede per longiorem por el pasillo del medio de la nave, se hace inclinación a la cruz procesional y al celebrante).

Al inicio del canto del Introito y durante él: de rodillas.

A los Kyries y hasta el final de la Colecta: de pie.

Durante el canto de la Epístola, del Gradual (o Tracto) y el verso aleluyático (con la Secuencia, si la hay): sentados.

Al Dominus vobiscum que precede al Evangelio y durante el canto de éste por el diácono: de pie, vueltos hacia el Misal.

A la homilía: sentados.

Al canto del Credo: de pie (genuflexión al Et Incarnatus est).

Al canto de la antífona del Ofertorio: sentados.

A la incensación del pueblo: de pie (con inclinación al turiferario antes y después de la incensación).

Después de la incensación y hasta el principio del diálogo que precede al Prefacio: sentados.

Al principio del diálogo que precede al Prefacio, durante el canto del Sanctus y hasta el Hanc igitur del Canon: de pie.

Al Hanc igitur del Canon, durante éste y hasta el Per omnia saecula saeculorum del final de éste: de rodillas.

Al Amen que cierra el Canon y hasta el final del canto del Agnus Dei: de pie.

Al Domine, non sum dignus y hasta las abluciones: de rodillas.

Después de las abluciones y hasta el Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión: sentados.

Al Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión, durante ésta y hasta el Ite, Missa est: de pie.

A la bendición: de rodillas.

Al Último Evangelio: de pie, vueltos hacia el extremo izquierdo del altar (como el celebrante lo dice en voz sumisa no se responde Deo gratias). Genuflexión siguiendo la del sacerdote.

Al volver la procesión del clero a la sacristía: de pie (si se procede per longiorem por el pasillo del medio de la nave, se hace inclinación a la cruz procesional y al celebrante).
*
Próximo capítulo: Misa cantada.
Tomado de Roma Aeterna.

lunes, 4 de enero de 2010

Cómo asistir a misa (posturas y gestos), I parte.

Al haberse descontinuado durante mucho tiempo la celebración de la Santa Misa según el rito romano clásico en la mayoría de iglesias y santuarios católicos, los fieles olvidaron cómo se ha de asistir exteriormente a ella: las posturas y gestos correctos se han convertido para ellos en algo difícil de dilucidar y cada quien sigue su real saber y entender, a veces con acierto y otras con fallos que la buena voluntad excusa. Es por ello por lo que hemos querido en estas líneas ofrecer unas indicaciones útiles para que la asistencia al santo sacrificio sea decorosa, devota, participativa (según el espíritu de la encíclica Mediator Dei de Pío XII, el auténtico ideal del Concilio Vaticano II al hablar de “actuosa participatio”) y, sobre todo, litúrgica.
Comenzaremos diciendo que no se está de igual manera e indistintamente en todas las misas. Hay que atender a la clase de celebración de la que se trate, por lo que vale la pena recordar los diferentes tipos de misa según su solemnidad externa (refiriéndonos sólo a la oficiada por un simple sacerdote, no a las pontificales):
a) Misa solemne (missa solemnis): la que se celebra con ministros (diácono y subdiácono), canto e incienso.
b) Misa cantada (missa cantata) o solemnizada: la que se celebra con canto, pero sin ministros ni incienso (en España, sin embargo, hay privilegio para el uso del incienso).
c) Misa rezada (missa lecta) o privada: la que se celebra con sólo uno o dos ayudantes o monaguillos.
La solemne es la forma de celebración natural e ideal de la misa y sus ceremonias traen su origen de la antigua misa estacional papal. De hecho, el rito básico usado para la reforma tridentina del Misal Romano estaba contenido en el Ordo Missae de Burcardo (1502), maestro de ceremonias de cinco papas entre finales del siglo XV y principios del XVI, y las notas de Paris de Grassis, su sucesor en 1506. Estos dos prelados recogieron las tradiciones de la capilla papal y de la Curia Romana, que provenían de muy antiguo, remontándose hasta época patrística. La misa rezada es, en realidad, la forma simplificada de la misa solemne, que se fue introduciendo al difundirse la vida monástica y para satisfacer la devoción de los sacerdotes, que comenzaron a celebrar el santo sacrificio diariamente.
Una aclaración que debe hacerse respecto de la misa rezada: cuando se la llama también “privada” sólo es por razón de la solemnidad (ya que, al ser celebrada por un solo sacerdote, éste recita en voz baja las oraciones, siendo respondido normalmente sólo por el sirviente). De ninguna manera se habla de “misa privada” como si se tratase de un acto particular, ya que la liturgia es siempre el culto público que la Iglesia rinde a Dios por medio de Jesucristo. La misa rezada o privada se equipara hoy a la missa sine populo (terminología usada para el rito romano moderno), pero sea como sea nunca significa que la misa se ha de celebrar a puertas cerradas o de modo catacumbal. Los fieles tienen derecho a asistir a misa sea cual sea la solemnidad con la que se oficia. Por eso (y dicho sea de paso), quienes pretenden impedir que éstos concurran a una “misa privada” o “sine populo” celebrada según el Misal Romano de 1962, van en contra del espíritu y la letra del motu proprio Summorum Pontificum.
*
Próximo capítulo: Misa solemne.
Tomado de Roma Aeterna.

domingo, 3 de enero de 2010

Fiesta del Santísimo Nombre de Jesús.

En el nombre de Jesús, nombre de poderío y salud, Pedro, en compañía de Juan, obra su primer milagro y cura al enfermo.
*
Fiesta del Santísimo Nombre de Jesús (II clase, blanco) Gloria y Credo. Prefacio de Navidad.
*
*
In nómine Jesu omne genu flectátur, caeléstium, terréstrium, et infernórum: et omnis lingua confiteátur, quia Dóminus Jesu Christus in glória est Dei Patris.- Ps. 8, 2. Dómine, Dóminus noster: quam admirábile est nomen tuum in univérsa terra! Glória. (Al oír el Nombre de Jesús doblen la rodilla todas las criaturas del cielo, tierra e infierno; y toda lengua confiese que nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre.- Salmo. Oh Señor y Dios nuestro: ¡Cuán admirable es tu nombre en toda la tierra! Gloria al Padre).
Es, Jesús, el nombre personal y completo del Hombre-Dios. La gloria del Nombre de Jesús consiste en sus efectos y bendiciones relativamente a nosotros y relativamente al Salvador mismo. Con respecto a nosotros es un verdadero sacramental. Todo lo que el Salvador ha sido para nosotros, lo es también su Nombre, prenda de nuestra salvación y de la eficacia de nuestras súplicas y oraciones (Joan., XVI, 23), prenda de consuelo y de toda clase de bendiciones en las tentaciones, en la vida y en la muerte (Act., IV, 12). Por lo que toca al Salvador mismo, ese Nombre es el instrumento de su gloria, porque por su medio se le tributa toda clase de honores: invocación, confianza, respeto, adoración, amor, y la gloria de los milagros, que en virtud de este Nombre se ha realizado y se realizarán. Este nombre es además la gloriosa recompensa de la penosísima obra de la Redención, de manera que, aún hoy, a este Nombre se doblan todas las rodillas en el cielo, en la tierra y en los infiernos (Phil., II, 10). Es un nombre inmenso, gloriosísimo. El Hombre-Dios tenía muchos nombres (Is., VII, 14; IX, 6; Zach., VI, 12; Dan., VII, 13), pero ninguno le fue tan querido y apreciado como este, porque él le traía el recuerdo de nosotros. Por esto resuena aún por todas partes; fue pronunciado sobre su cuna y está inscrito en su Cruz.
Debemos honrar el nombre de Jesús, invocarlo y glorificarlo. Podemos honrarle pronunciándolo devotamente, con respeto y con entrañable amor, así como lo hizo el Ángel al pronunciarlo por primera vez; como María y José, que tantas veces embalsamaban con él sus labios; como todos los cristianos y fieles discípulos de Jesús; como todos los apóstoles y mártires que lo confesaron y dieron su vida por él. Podemos invocarlo en todas nuestras obras, en todas nuestras acciones, en todos los peligros y en todas las tentaciones (Cant., VIII, 6). Finalmente, lo glorificamos, cuando nos honramos en llamarnos cristianos, cuando procuramos, en la medida de nuestras fuerzas, extender su conocimiento y amor, y no perdonamos esfuerzo ni fatiga para hacerlo reinar. Cada una de estas maneras de usarlo y honrarlo, rodea el nombre de Jesús de un nuevo nimbo de gloria en el cielo.

sábado, 2 de enero de 2010

Santa María en sábado.

Santa María en Sábado (IV clase, blanco) Gloria y prefacio de la Santísima Virgen "Et in veneratione".
Se puede celebrar misa votiva del Inmaculado Corazón de María (III clase)
(Desde el día 2 al 13 no se permiten Misa Votivas ni cotidianas de Réquiem)
*
La costumbre de consagrar el sábado a la Virgen María se remonta al siglo IX. En su gran devocióna nuestra Señora, hizo la Edad Media del sábado de cada semana como un día de fiesta consagrado a la Madre de Dios.
Hay cinco misas en honor de la Santísima Virgen, según los Tiempos litúrgicos. Son de 4ª clase y constituyen el sábado la misa del día, a no ser que un oficio superior imponga otra misa. Se dice también como misas votivas, con las conmemoraciones del día.
*

viernes, 1 de enero de 2010

La circuncisión del Señor.

Semejante al sol cuando reanuda su carrera anual, Cristo, Sol de justicia, brota del seno virginal de María, templo vivo de Dios, y se lanza a un periplo de luz a lo largo de las fiestas de la Iglesia.
*
Octava de la Natividad de Nuestro Señor (I clase, blanco) Gloria y Credo. Prefacio y Comunicantes de Navidad.
*
Según el calendario litúrgico tradicional, hoy la Iglesia celebra tres fiestas reunidas.
La primera es la que designan los sacramentarios romanos con el título de octava del Señor; de hecho, la misa es casi de octava, ya que toma muchos textos de las de Natividad. Una segunda misa se celebraba antiguamente en Santa María la Antigua, en el foro, cuya dedicación probablemente era hoy. Un vestigio de ella subsiste en las oraciones de la misa. Estas cantan la maternidad de María y son en extremo bellas. La tercera fiesta es la de la Circuncisión, cuya celebración se remonta al siglo VI. Ocho días después de su nacimiento se somete a Cristo, como todos los judíos, a este rito impuesto por Dios a Abraham como sello de su fe, y recibe al mismo tiempo el nombre de Jesús. En torno a ella haremos esta meditación en el primer día del Año del Señor 2010.
*
Leemos en el Santo Evangelio: “In illo témpore: Postquam consummáti sunt dies octo ut circumciderétur puer: vocátum est nomen ejus Jesus, quod vocátum est ab Angelo priúsquam in útero conciperétur” (“En aquel tiempo: Llegado el día octavo en que debía ser circuncidado el niño, le fue puesto por nombre Jesús, nombre que le puso el Ángel antes que fuese concebido en el seno maternal”, Lc. 2, 21). La importancia capital de este rito consistía sobre todo en ser el signo de la alianza y de la incorporación a la religión judía, y de la separación de los demás pueblos. En consecuencia, significaba también la aceptación de la Ley y de las obligaciones en ella consignadas y de la maldición en caso de transgresión, así como también de la participación en las bendiciones y promesas, principalmente en la promesa de la numerosa descendencia y del Mesías. Finalmente, la circuncisión era un signo de la pecabilidad y de la necesidad de la mortificación o circuncisión del corazón. En la circuncisión recibía el niño su nombre e inauguraba su vida de sociedad y tenía personalidad completa en el orden civil y religioso. Era, pues, la circuncisión, algo así como nuestro bautismo, que no sólo es la liberación del pecado original, sino también la entrada en la Iglesia, la incorporación a la misma con la aceptación de las obligaciones que imponen su fe y su moral. Por esto la llama San Pablo una figura del bautismo.
Cristo estaba en sí y por sí exento de la ley de la circuncisión. Como Hombre-Dios no estaba sujeto a las leyes humanas y, en general, a las leyes positivas. El Hombre-Dios era legislador y jefe del Antiguo Testamento, y por consiguiente no estaba obligado a sus propias leyes, como, en efecto, El mismo reivindicó más tarde y con frecuencia esta exención. Sujetóse, pues, esta vez a la ley, tan sólo porque quiso. En primer lugar, porque quiso el Salvador dar así otra prueba de la verdad de su naturaleza humana, y de que quería ser como uno de nosotros. El toma una naturaleza humana, una patria, una nacionalidad… El, el Creador de los hombres y las naciones, el Innombrable y el Inefable. Igualmente, quería demostrar, en el estricto sentido de la como un descendiente de Abraham, quien recibió la circuncisión como signo de alianza y de fe. En segundo lugar, dejó el Señor que lo circuncidaran para honrar la antigua Ley, que era Ley divina y el camino hacia Cristo. El quiso aceptar la circuncisión para cumplir, consumar la Ley en el sentido más alto de la palabra. Por esto derrama hoy su Sangre por primera vez y se ofrece en holocausto, y estas primeras gotitas de su Sangre preciosa no son más que el preludio del drama de la Cruz en la cual ha de ofrecer e inmolar toda su vida y derramar toda su sangre. Esta severa y trascendental significación tiene para el Salvador la circuncisión. Esta sangre es como aurora siniestra en el cielo de su infancia, es un presagio de huracanes y tormentas. En tercer lugar, quiso el Salvador animarnos a emplear todos los medios que Dios en su bondad nos prescribe y da para combatir el pecado; a ejercer la obediencia y la penitencia, y a practicar la mortificación por medio de la verdadera circuncisión del corazón, evitando todo escándalo. Finalmente, por medio de la circuncisión quiso el Salvador ganarse el nombre de Jesús y su gloria. Esta gloria del nombre de Jesús consiste primeramente en su origen, que fue Dios mismo quien lo comunicó a María y a José, quien, como padre legal, lo dio al Salvador. Consiste, además, en su significación, que no es otra que “Dios es salvación, Salvador” y, por consiguiente, expresa, perfecta y enérgicamente, tanto la naturaleza y esencia, como también la misión del Hombre-Dios.
De lo expuesto, síguese, como conclusión de esta meditación que debemos amar al Divino Salvador, que quiso ser como uno de nosotros, que eligió profesar oficialmente una religión determinada, sometiéndose a sus prescripciones, y quiso revestir realmente la figura de siervo y tomar un nombre que lo es todo para nosotros. Honremos el nombre Jesús, invoquémoslo y glorifiquémoslo. ¡Que la Buena Madre nos enseñe a amar a su Hijo Jesús! Amén.